En esta guasa de las carreras a pie hay otra figura que, creedme, se entiende aun menos que los que corren. Es el público. Después de ver pasar a los buenos, a los campeones, a los que dan el último arreón antes de cruzar la meta para batir algún tipo de record, se quedan ahí. En su puesto durante más de una hora, para animar a los miles que viene por detrás, y ver durante a un par de minutos a su conocido desguazado arrastrándose para cruzar la meta. Incomprensible.
Igual esto explica algo.
"¿Porqué corres si nunca ganas?. Esto es lo que escuchamos cuando un corredor le cuenta a un profano lo que hace.
Yo también dije esa frase un día. Una piensa que está loco, ¿Es que no puede hacer footing un rato como todo el mundo? Nooooo …, Si el corre, tiene que correr maratones, medias maratones …
Todo cambia cuando lo vives desde dentro, cuando los disfrutas con ellos. Entonces, te das cuenta de que hay otros 20.000 locos como él, que a su vez arrastran a familiares o amigos.
Como una gripe pasajera, invadimos pequeñas ciudades y otras veces no tan pequeñas. Las llenamos, las desordenamos, las revolucionamos, y luego, como un virus pasajero, nos vamos dejando a la ciudad agotada aunque satisfecha al mismo tiempo por haber sido el lugar del evento.
Los que no corremos nos colocamos al otro lado de la valla, con las cámaras a punto.
Esta vez hemos elegido un buen lugar a 200 metros de la meta. Tenemos buena visibilidad, y mientras esperamos, hacemos amigos, compartimos con ellos las referencias de quien venimos a animar; su marca, en que tiempo le esperamos hoy, en que cajón sale … etc.
Pasa una hora desde que salieron los primeros corredores, y llegan los honorables. Son algunos de aquellos que participaron en la primera convocatoria hace ya 47 años, y que han salido con preferencia para ser homenajeados.
Tras ellos comienzan a pasar los primeros en categoría discapacitados. Seres impresionantes. Me acuerdo de ellos cada vez que alguien pone una excusa barata, diciendo que no puede hacer algo, cumplir una ilusión, un sueño…
Mi cuerpo se pone alerta. Llegan los ganadores. Primero, como casi siempre dos atletas africanos. Seguro que Keniatas o Etíopes. Donde vayas, los ves ganar. Esta vez van seguidos de otros dos corredores españoles. Al rato, tras ellos, aparece la primera mujer que a batido record. Comienzan las emociones.
Pasan los segundos y aparecen pequeños grupos de corredores, dispersos. Tras ellos llega la avalancha, miles de personas pasarán delante de nosotros en una hora y poco más.
Impresionan sus caras. Lo dicen todo; unos emocionados; otros agotados pero satisfechos; algunos parecen zombis, y cuando uno los ve se preocupa. Tienen la mirada perdida en el horizonte, sus ojos desesperados buscan la meta, tienen sus fuerzas al límite. Lo saben, pero no están dispuestos a rendirse ahora.
En ningún tramo de los 20 kilómetros que dista Behobia de San Sebastián, están solos. Miles de voces les llaman por su nombre, les animan, les dan energía.
Siguen pasando como una manada por la sabana. Entonces piden por megafonía a todos los corredores que están entrando en línea de meta, que den palmas al ritmo de la música. Como un resorte, todos levantan sus brazos y aplauden sin dejar de correr.
Miles de escenas emocionantes convulsionan tu cuerpo, tu mente, tus sentimientos. Una mujer anda desorientada, su cara color verde. Dos voluntarios acuden corriendo, y la sujetan cuando está apunto de caer. Le señalan la camilla, pero ella echa sus brazos para atrás, se libera de quienes la sujetan, se recompone y sigue corriendo.
Es impresionante. Cada corredor pendiente de su crono, su ritmo, sus pulsaciones, su marca, pero absorbiendo todo lo que pasa a su alrededor. Si un compañero se para a su lado, le ofrecen su agua, le empujan para que siga, le ofrecen su mano aun sabiendo que con esto perderán alguno de esos segundos que para ellos son tan preciados.
Me emocionan esos detalles. Tengo que clavarme una uña en la palma de la mano para controlar una lágrima que se empeña en escapar de mis ojos. No se si podré resistir hasta el final.
Termina la carrera y todos invadimos el paseo marítimo junto al ayuntamiento. Ellos se abrigan, estiran y todos comentamos la llegada. Es el momento de encuentros, abrazos, besos y palmadas en la espalda.
¿Quién dijo que no ganan nada? Ganan el haber conseguido su reto, mantenido o mejorado su marca, el haber disfrutado de esta locura compartida junto a otros 20.000 locos que como ellos practicaron el compañerismo y disfrutaron con todos sus sentidos.
En pocas horas cada uno regresaremos a nuestro lugar de origen. San Sebastián, desordenada, queda en calma, y mañana no habrá ni rastro de que estuvimos allí.
Ellos (los corredores), felices, con la adrenalina a tope, doloridos algunos, con ampollas otros. Hoy les costará dormir, pero pocos en el mundo se sentirán tan felices y satisfechos.
Los que estuvimos al otro lado de la valla, también dormimos felices y agotados.
Muchas felicidades. Gracias por compartir con nosotros tantas emociones.
Hasta la próxima."