La Buitrera (2.045m). Sierra de Ayllón



Venía siendo necesario un poco de fresquete para refrescar el ambiente, que anda la cosa bastante recalentada por estos andurriales.
Hoy el otoño se ha empezado a mostrar un poco más duro,  pero es precisamente ahí, cuando lejos de la ciudad y del ruido de la velocidad con la que vivimos, el bosque te habla y te enseña su calma. Su serenidad.
En absoluta conexión con la naturaleza,  el bosque te lo explica y rodeado de hayas, robles, tejos, acebos y quejigos centenarios comprendes todo. Te llena los cinco sentidos en un momento.
El ruido de los cauces de agua que descienden lentos y sinuosos entre los árboles y el crujido que causan nuestras pisadas sobre el manto de hojas con el que nos ha recibido el hayedo es un auténtico disfrute para el oído. La mezcla de colores marrones, amarillos, verdes y rojos, hace que cada rincón del bosque merezca detener la mirada un buen rato y tratar de memorizar cada rincón eterno.
Tocar el tronco de un haya, acariciar sus musgos y líquines centenarios, hacen que no notes en ese instante los -3ºC con los que hemos comenzado la ascensión. El aire huele a madera mojada, moho, musgo, hongos. El otoño en su pura esencia se te adentra por la pituitaria. 
Y el gusto. El gusto me lo he dado con un aperitivo de amanita cesárea que nos ha regalado el bosque cuando nos estábamos despidiendo.
Hoy hemos ascendido a La Buitrera (2.045m), aunque no daré más referencias de la ruta por la que me ha subido JJ, porque el bosque me ha dicho que no quiere ver por allí a más chicos engominados con barbour y mocasines. 


















































Muscaria




Machame Route - Día 6. Cima del Kilimanjaro



Cuando Yellow Jacket gritó: water for washing !!, me dio la sensación de que acabábamos de meternos en el saco, pero al ver el reloj comprobé que habían transcurrido cuatro horas. Eran las 23.15h.

Los nervios y las ganas de partir hacia la cumbre habían hecho que no durmiera nada, y dedicara todo el tiempo a acordarme de mi gente y a recapitular las anécdotas de lo que iba de ascensión. Ya estábamos ahí. Había llegado la hora de la verdad. A seis horas y 895m de desnivel nos desafiaba el pico Uhuru.

No tengo ni idea de la temperatura que hacía, pero al encender el frontal vi el espesor del vaho al respirar, y me di cuenta de que fuera del saco tendría que hacer mucho, mucho frío. Fuera de la tienda tenía que ser terrible, pero al abrir la cremallera y contemplar una vez más el espectacular cielo negro africano rebosante de estrellas, me dio un subidón impresionante.

Los cristales de hielo que cubrían la tienda comedor mantenían la lona de la puerta absolutamente rígida. Parecía una puerta de madera con bisagras chirriantes. Al acceder al interior, vi a Kiko y a Alex calentándose las manos - pese a los guantes - con una taza de té hirviendo. Me senté con ellos mientras se incorporaban Ana y Pedro, y fuimos dando buena cuenta de una enorme ración de palomitas con galletas de chocolate que nos pusieron a modo de “recena” o desayuno. Según se mire.

A las 0.00h comenzamos la ascensión pole pole, con 3,5 litros de agua a la espalda repartidos entre la camelback y una botella. Aunque las estrellas iluminaban mucho, la luna estaba en cuarto menguante y tuvimos que encender los frontales para no perder detalle del suelo …

Empezamos caminando despacio pero el ritmo fue incrementándose poco a poco, y a las 2.45h ya estábamos a 5.150m. A esa hora, ya prácticamente todos sufriamos algún síntoma del mal de altura, así que hicimos una parada técnica para descansar unos minutos y tomar un iboprufeno.

Después del breve descanso nos reenganchamos al paseo lunar, y continuamos ascendiendo despacio, como astronautas. En silencio. Cuando miramos hacia arriba adivinamos algún frontal que se confunde con las estrellas, y pese a que es el día donde más gente vemos  en la ascensión, ya que la subida a la cima es común para todas las rutas, la sensación es de absoluta soledad. Vamos interiorizando y disfrutando todas las sensaciones que percibimos por los cinco sentidos.

De repente, Saleem empieza a gritar go! go ! follow me ! Ha decidido adelantar un grupo que en su opinión nos estaba frenando, y se marca un demarraje que recuerda los hachazos de Indurain en el Tourmalet. No sabemos cómo, pero el caso es que conseguimos seguirle y adelantar al grupo en pocos segundos.

El corazón latía desbocado. No se si por el demarraje, por la altura, por la emoción, o por las tres cosas, pero el caso es que las pulsaciones eran de sprint. Poco a poco fueron bajando, mientras intuíamos la silueta del Mawenzi a nuestra derecha y escuchábamos a Saleem decir que quedaba poco para Stella Point.

Cuando estábamos llegando a Stella, se desplomó delante mío uno de lo miembros de la expedición. Durante unas décimas de segundo el miedo se apoderó de mí, y pensé que acababa de terminar nuestra aventura. Afortunadamente fueron décimas de segundo, pues  enseguida vi que el montañero tenía un incontrolable ataque de risa que me contagió de forma inmediata. No había ningún motivo para reírnos de aquella forma tan desaforada pero el caso es que era imposible controlar la risa. En mi vida olvidaré aquellas risas tirados en el suelo a casi veinte bajo cero y 5.700m de altura. 

Nos recompusimos como pudimos, y continuamos la marcha hacia la cumbre. El viento y el frío eran cada vez más severos, pero después de las risas que nos habíamos echado nada dolía y a las 5.10h ya nos habíamos plantificado en Stella Point, al borde del cráter del Kibo.

Desde allí al Pico Uhuru solo nos quedaban 100m de desnivel y una hora de camino. Los conocedores de la ascensión dicen que una vez alcanzado Stella Point ya tienes la cima en el bolsillo, pero nosotros estábamos especialmente cansados y con una sensación térmica bastante extrema. Hacía ya un buen rato que la temperatura había caído más allá de - 20ºC y el viento soplaba con bastante fuerza. Una hora en esas condiciones se nos haría bastante larga …

Sin embargo, a los pocos metros de dejar Stella vimos entre sombras las paredes del Glaciar Arrow y hielo alrededor de todo el camino. Habíamos llegado a las míticas Nieves del Kilimanjaro !!. Lejos quedaba ya Machame Hut.

El corazón empezó de nuevo a batir acelerado pues al fondo del camino vimos el cartel de la cima. Los últimos cincuenta metros fueron eternos, intensísimos. Especialmente por la concentración de emociones que todos estábamos experimentando. La ilusión y la adrenalina doblaron el pulso a la fatiga y a las 5.55h estábamos coronando la cima del Kilimanjaro.

Nos fundimos en un intenso y emotivo abrazo. Habíamos encontrado la magia del Kilimanjaro,  y era el momento de colgar en lo más alto la bandera de nuestros amigos de Abracadabra

Acto seguido, el sol empezó a iluminar la escena. Las sombras del glaciar se convirtieron repentinamente en espectaculares paredes azules. Entre el mar de estrellas, las pocas nubes que había se tiñeron de un rojo infinito que iba evolucionando a amarillo mientras dejaban sitio a un impresionante cielo azul celeste que nos saludaba desde el Mirador de África, y nos daba la enhorabuena por haber cumplido nuestro sueño.

Por fin supimos lo que buscaba el leopardo.